El noveno mes del año se presenta nuevamente marcado con tantas cicatrices… en México los sismos del 85 y 2017 han dejado una piel más sensible y un tremendo respeto a la naturaleza. Pero, qué pasa con la naturaleza humana cuando el miedo y el odio se apoderan en un instante fríamente planeado, no solo de una ciudad o un país, sino del mundo entero.
El atentado a las Torres Gemelas de Nueva York cumple con todas las características de un sentimiento de abuso de poder, de intolerancia y de conspiraciones. La guerra es un gran negocio, un empresario sumergido en este ámbito invierte y gana a costa de quien sea, huye y no importa la muerte de miles de civiles, de personas que por mala suerte estuvieron en el momento equivocado en el lugar equivocado.
Que difícil pensar que la vida de cualquier vecino puede truncarse por motivos tan complejos y banales, la violencia pensada a gran escala, literalmente a «dos grandes escalas».
En este trágico suceso del 11 de septiembre de 2001, las muertes se contaron por miles, los registros oficiales arrojan 2,992 personas, incluyendo 246 muertos en los cuatro aviones estrellados (ninguno de los ocupantes de los aviones secuestrados sobrevivió), hubo 2,602 en Nueva York tanto dentro de las Torres Gemelas como en la base de las mismas y 125 muertos dentro del edificio del Pentágono. Entre las víctimas se contaban 343 bomberos, 23 policías de la ciudad y 37 de la autoridad portuaria de Nueva York y Nueva Jersey. A la fecha, aún permanecen 24 personas entre la lista de desaparecidos y de estas lamentables cifras, se documenta un 16% de personas de origen Latinoamericano.